Páginas

23 de mayo de 2013

El regreso del padre Karras

A despecho del poder y la influencia que aún conserva, la Iglesia parece empeñada no solo en mantenerlos, sino en aumentarlos y, quizá, alcanzar los que tenía otrora, aunque sea a costa de los mayores dislates.

No sabemos lo que Bergoglio opina acerca de asuntos tan inextricables como los del limbo, el purgatorio o el infierno. Sin embargo, casi era de esperar que, si Ratzinger, el pontífice de la crisis, devolvió por arte de birlibirloque la materialidad al infierno, no tardarse en regresar del limbo Satanás.

Como en las grandes urbes hay propensión al relajo y al olvido de Dios, parece que en Madrid las fuerzas y huestes de Lucifer andan sueltas. Así que Rouco, quien tiene un olfato muy fino para todo lo sulfuroso, además de velar por los ovarios de todas las españolas y demostrar con argumentos irrebatibles que la doctrina católica tiene efectos tanto o más beneficiosos que las matemáticas no solo para la salud, sino, especialmente, para la inteligencia, ha encontrado su camino de Damasco y le ha llegado, por fin, la iluminación divina: no basta con que él y sus cuates pretendan ser la policía de las mentes y los bajos de devotos e infieles, la Iglesia necesita antidisturbios formados en la escuela del padre Karras para enfrentar con contundencia el terror que provoca el Maligno.

Mas no se equivoquen los fieles lectores y los curiosos: a Rouco no le llega el olor a azufre, por poner unos ejemplos, de las SICAV, ni siquiera un poquito de los desahucios, ni del palacio de la mentira, digo: de la Moncloa; su fina pituitaria apunta a los supuestos desmanes de charlatanes que le empezaron a hacer la competencia cuando se quedaba traspuesto en el altar. El agua bendita, el crucifijo y los demás trebejos del ritual de exorcismo serán los instrumentos adecuados para engañar a los pobres de espíritu cuyas dolencias, reales o imaginarias, no sean capaces de torear psiquiatras ni médicos.

Nosotros, por si acaso, vamos a mantener a partir de ahora una estrecha y cuidadosa vigilancia de nuestros demonios y diablas familiares, a los que hemos cogido cariño, fíjense ustedes, no sea que los rapten los meapilas. 

22 de mayo de 2013

El único argumento

Y seguirán los pájaros cantando

Una incisión en la corteza,
Por ejemplo:
Un corazón y una saeta,
Dos nombres y una fecha.
Mensaje de fervor,
Mensaje de pudor,
Ajado pergamino en la botella,
Abolido por la pujanza
Casi centenaria del chopo,
Convertido en un balbuceo
Rugoso e indescifrable.

Una piedra que rasga o viola,
Por ejemplo,
La cara del agua en la poza.
Cebo fallido para barbo o boga
Que seguirá celando
Su sueño de escamas y de ovas.
Señales, grafitis de humo,
Pipa efímera de la paz,
Anzuelo o, tal vez, señuelo
En el viaje constante
De espuma y ceniza a la mar.

13 de mayo de 2013

El hijo de Leo



      Le da el alto un gigantón con el naranjero terciado que lo lleva ante el sargento del puesto. El sargento, un individuo amojamado, enteco, hace una seña al gigantón para que registre el hatillo de Pablo.
      -¿Qué haces aquí, muchacho?
      -Busco a mi padre –responde amedrentado Pablo.
      -Nombre.
      -Mi padre se llama Leobardo Martín.
      -No: el tuyo.
      -Pablo Martín Andrés.
      -Eso son tres nombres, majo. ¿No serás un aristócrata? –ríe jocoso el sargento.
     -Es un cachorro comunista, compañero –apostilla el gigantón mostrando triunfante La defensa de los trabajadores.
      -Sargento, Gómez, sargento. Kautsky no era comunista.
      -Si tú lo dices, compañero sargento...
      -Anda: di que llamen a la brigada, a ver si saben algo.
      -Mejor se lo mandamos directamente a Líster, así ganamos tiempo, compañero sargento.
      -¡Gómez: menos cachondeo, que te empapelo! Que te acompañe el chico.
      Gómez mira de arriba a abajo a Pablo y le sonríe:
      -¿Así que no eres comunista, chaval? Mejor. ¿Tienes hambre?
      Pablo mira las alpargatas de Gómez cuando este le pone media manzana ante las narices.


      Ha bajado, de noche, desde el Zofío al río. Es noche de tregua.
      -Anda, acompaña al hijo de Leo, no sea que se nos pierda y se pase al otro lado. Tened cuidado –le ha dicho el mayor López de la Fuente a Ramiro, camarada de Leobardo Martín desde el Quinto Regimiento.
      Pero Pablo no quiere oír hablar otra vez del Pingarrón, ni desea otra muestra de estima (“¡Caramba con el hijo de Leo!”). Del bombardeo de la mañana no le llega solo el llanto del crío, de apenas cuatro meses, que ha arrancado de los brazos histéricos de la madre bajo el zumbido del obús, sino también el cuerpo descabezado del anciano, después de la trepidación, la metralla y el polvo, caminando unos pasos con lenta inercia, quizá en busca del tabaco o del pan a que le daba derecho la tarjeta de racionamiento.
      En las aguas negras del Manzanares la cabeza del anciano no rebota ni se hunde, flota en las ondas de las preguntas. “¿Qué hacemos ahora con este niño?”. Y oye la voz de Carmen: “Se lo llevaremos a Frida; ella sabrá”. Mientras la cabeza desaparece, se pregunta si Frida y Carmen le podrían contar quién era Leo.
      -Quiero alistarme, Ramiro.
      -Tú estás loco, chaval. No sabes lo que es esto. Vuélvete a Burgohondo con tu madre. Es lo mejor que puedes hacer.
      -Ya no soy un niño. Voy a cumplir dieciséis.
      -Ya.
      Pablo no sabe, las aguas negras no le dicen que no ha llegado la hora de la quinta del Biberón.





6 de mayo de 2013

Paciencia


La arena de su tiempo
No deja de caer.
El suyo es un tiempo chiquito:
Acéptelo así, con paciencia.
Primero lo midió
por finales de mes.
Ahora se le agolpa
El fin de semana. Paciencia.

Piense en el gozo futuro,
Ese que está a la vuelta de la esquina,
Del mes, de la semana,
De explicarle a su nieto,
Desde el tajo o el despacho,
Cómo se calienta la leche,
Buena o mala, de cada día,
Mientras caen los granos postrimeros.

De cualquier manera, paciencia:
Antes que se vacíe la ampolleta,
Siempre hay un momento
En que usted puede arrepentirse
De haberse colocado
La soga en la garganta,
De saltar del piso impagado,
Y merecer la vida eterna.